Sean bienvenidos a este blog, soy Daniela Galván, y no pongo más datos porque seguramente al ratito me pasa a recoger un desconocido (es muy común hoy en día esta onda de los secuestros por poner datos personales en redes sociales).
Me gustaría compartirles que hace algunos meses me mudé a una ciudad unas 5 veces más grande que en la que me crié. Ha sido una locura. Empezando por las cosas más básicas que es... Cruzar la calle.
Ok ¿cruzar la calle? Desde que tengo memoria eso es un arte. Siempre veía con temor como mis primos, mayores que yo claro, la cruzaban sin mirar a los lados, sin calcular la velocidad de los vehículos o ver el estado anímico o de sobriedad de los conductores. Vaya, suena gracioso esto de cruzar la calle. Pero créanme, en mi ciudad no hay cultura de peatón (nada de pisos pintados con las típicas rayitas blancas o amarillas) por lo que la primera vez que crucé la calle en la nueva ciudad, lo hice tal cual como aprendí en la natal. Esperé a que diera rojo el semáforo, y me crucé exactamente en la mitad de la fila de coches. ¿Por qué lo crucé de esa manera? Por supervivencia. En mi ciudad de origen es común que los carros volteen a ver el otro semáforo en vez de ver el que los rige, de tal manera que si ven que el otro semáforo ya está en amarillo, empiezan a acelerar, y estar en medio de la fila te da chance para cruzar sin ser arroyada por el primero (el carro líder de la fila)
Cruzar la calle a mi manera hizo que mucha gente se me quedara viendo con esa típica cara de "¿qué onda con esta chava?" Por lo que otras personas, no con buenas intenciones (no sé como puedo afirmar esto, pero creo que algunos tenemos un sentido extra para detectar gente peligrosa) pusieron su mirada en mí, como quien dice "no es de aquí". ¿Solución a ese problema? Observar a la gente. Inclusive tuve que cambiar mi forma distraída de caminar ya que eso también llamaba mucho la atención.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario