Verán, yo nací en una familia con buen nivel económico; Mi papá trabajaba para gobierno federal y mi madre se dedicaba a la música (cantaba en un reconocido restaurante).
Siempre estudié en escuelas privadas, inclusive cuando mi padre perdió su puesto en gobierno y nos la vimos muy grises, él hizo su mayor esfuerzo y nos mantuvo con nuestros respectivos lujos, algo que luego desencadenó terribles consecuencias como la pérdida de nuestros ahorros, lo que hizo que tomáramos decisiones más críticas.

Pasó un tiempo y cada vez las cosas se ponían más complicadas, tanto, que recuerdo muy bien cuando mi papá empezó a vender su hermosa colección de relojes antiguos. La verdad hasta a mi me dolió ver como poco a poco esa colección se extinguía.
Tras los problemas económicas que pasábamos, se me metió la loca idea de dejar la preparatoria, y ponerme a trabajar. No quería trabajar para nadie, quería poner un negocio, y en mis recorridos nocturnos (porque quería poner algo que se trabajara de noche) observé una crepería, que la verdad tenían muy mal sazón y pensé que yo podría hacerlo mejor.
Fui con algunos conocidos, los convencí y me asocié. Pusimos entonces una pequeña crepería, que para mi sorpresa, empezó a tener buen éxito, tanto, que hice quebrar al puesto que me había inspirado la idea.
Los días en la crepería se me pasaron muy rápido. Cuando me vine a dar cuenta habían pasado cuatro años desde su inauguración. Mis amigos de generación estaban por graduarse de la universidad (los que tuvieron sistema cuatrimestral) y yo pasaba mis días en el negocio sin descansar, ya que nunca tuve a empleados de confianza como para dejarles encargado el puesto. Fuera la hora que fuera, yo siempre me encontraba ahí.
Lo chistoso de todo aquello es que, a pesar de que ganaba muy buen dinero, ya no me sentía ni feliz, ni orgullosa de mi negocio, aunque éste había crecido en gran manera (de ser un carrito afuera de la calle se convirtió en un local de dos pisos). Todo parecía perfecto, pero ¿por qué sentía ese gran vacío?
Luego, tras una serie de eventos desafortunados, mi negocio quebró. Fue algo bastante traumático. Todos los años que le dediqué a la crepería se fueron a la basura. Estuve casi un año sin saber que hacer, hasta que una persona muy especial me invitó a un taller de animación clásica. Al principio se me hizo algo estúpido, tenía bastante rato que no dibujaba nada de nada, por lo que las primeras clases me sentí bien torpe.
Pasaron los días, y nos dejaron de proyecto final hacer de cinco a diez segundos de animación. Mientras realizaba el proyecto, me empecé a emocionar, y recordé las veces que imaginaba mis dibujos moviéndose y hablando (yo hacía las voces).
Entregué mi trabajo final, y al verlo ya animado, supe que era lo que quería hacer el resto de mi vida. Y bueno, me puse a investigar dónde impartían esa carrera y fue que di con la universidad en la que estoy ahora.
Agradezco a Dios por todo lo que viví, porque eso me ayudó a encontrar lo que realmente me hace feliz.
Y mi pequeño consejo queridos lectores, no dejen ir sus sueños ni desperdicien sus talentos.