Buen día lectores, tengo rato de no escribir en mi blog debido a muchas distracciones que se presentan en la vida, la mayoría son "cosas" que hablan y respiran como uno, osea, son humanos.
Ahora, sé que me la paso payasiando gran parte del tiempo mientras escribo estas anécdotas y la verdad me divierto mucho, sobretodo cuando me imagino las posibles risas que puedo provocar con algunos de mis comentarios aquí plasmados.
Ya entrando en el título del tema, que por cierto estoy segura que más de uno se va a sentir identificado, y es el tema de cargar culpa. Todos, sí, todos, sin excepción, hemos pasado con el típico hice algo malo y trato de ocultarlo, ¿no? Dirían por ahí a manera de chiste local, "si no tuviste una crisis de culpa por algo que cometiste no tuviste infancia" o algo por el estilo.
En esta ocasión no voy a contar un caso particular, sino dar un pequeño consejo por si tu estás pasando por esto, el tragarte algo que no puedes confesar que hiciste. Y mira mi querido lector, es mucho más fácil de lo que crees, porque el guardarte esas cosas que crees que nadie más sabe sólo te va a enfermar de tanta angustia, es neta. Yo recuerdo muy bien la vez que me prestaron una camioneta (lo bueno que no iba a hablar de algo particular ¿no? Pero ya que xD) era de un amigo y me la confió, porque pensaba que sabía manejar. Ahora, sé que están pensando, que mujer al volante es igual a peligro y que por lo tanto la camioneta al ser tocada por mí explotó en mil pedazos, pero no, no pasó eso, sino algo mucho peor.
Después de haber paseado un rato con la camioneta ajena, quise estacionarla afuera de mi casa. Mientras me estacionaba, quise hacerlo como toda una maestra, y teniendo un coche de frente, se me ocurrió pegarlo lo más posible para ahorrar espacio. La cosa es que todo iba muy bien, me bajé de la camioneta, entre a mi casa y todo normal. El problema surgió cuando volví a subirme a la camioneta, ya que había dejado la primera velocidad puesta, por lo que al prenderla, dio una especie de jalón y pasé a rayar el coche que estaba enfrente. ¡Nombre! Me puse pálida porque el coche era de mi vecino y sabía el terrible carácter que tenía. Ahora, en mi ataque de pánico lo único que se me ocurrió pues fue darme a la fuga. Le devolví la camioneta a mi amigo, y él no se dio cuenta porque no sufrió ni un rasguño, pero no dejaba de pensar en la quitada de pintura que le había dejado al coche del vecino.
Regresé a mi casa caminado, tratando de no ver mi crimen, y mientras iba entrando mi vecino venía saliendo, y la verdad de tan nerviosa que estaba ignoré su saludo y me metí rapidísimo. Durante todo el día estuve pensando en el méndigo rayón, y cada que escuchaba el timbre de la casa me sobreexaltaba. Y en uno de los timbrazos sí resultó ser mi vecino quien tocaba. Mi madre lo atendió y vi que el vecino estaba enojadísimo, y alcancé a oír lo de su coche.
Pasaron los días y nunca dije ni una sola palabra de mi crimen. Los vecinos por motivos de trabajo se mudaron, y esa culpa siempre se quedó en mi cabeza, sin tener oportunidad de disculparme.
Ahora que he madurado y soy diferente, me hubiera gustado tomar otra decisión, y sí haber confesado que fui yo quien le había rayado, y en serio, pedir perdón alivia mucho el alma. Reconocer nuestros errores y confrontarlos es cosa de valientes.
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