Que simpático es ir caminado por la calle y que la gente ni los buenos días te da porque está muy amargada (y para colmo intenta luego contagiarte de ese desagradable estado de ánimo) y a lo lejos, con paso más o menos acelerado, viene un cuadrúpedo, feliz, meneando la cola, con la lengua de fuera, las orejas erectas, con respiración agitada, quizás muerto de sed porque ha estado haciendo mucho calor, y sin conocerte, sin saber nada de ti, si tienes dinero, si eres buena onda o no, te saluda, y en ocasiones se sienta.
Si uno tiene el valor y el respeto por los animales, ante un gesto tan dulce como que alguien se siente a tu lado para saludarte, lo único que querrías hacer es devolver ese amable comportamiento, convirtiéndolo en una caricia.
Me sorprende el amor, el cariño tan incondicional de estos animales, y estoy hablando de los perros (por quien pensó que me estaba refiriendo a una persona gateando o algo así...) a pesar de que tantas personas los corren a palos por andar husmeando en la basura, la mayoría no pierde ese interés por querer ser amados.
Afuera de la casa de mi novio se paraba siempre un perro color como arena al que empezaron a llamar Canelo, desde el primer momento en que lo vi supe que no era agresivo, esa manera tan chistosa de caminar a paso acelerado, de quien quiere saludarte. Me dio mucha gracia porque el perro se encontraba del otro lado de la calle, y cuando me vio, ahí desde el otro lado, empezó a menear la cola y a esperar que pasaran los coches para casi correr a mí. Está demás decir que lo apapaché, y le rasqué la panza.
Un mes después de conocer a Canelo, fue adoptado por el vecino de mi novio, y cada que voy a visitarlo, Canelo nos recibe feliz; Me sorprende como los animales nos dan tantas enseñanzas, algo tan esencial como lo es el amor, el amor incondicional, ese que no espera nada a cambio, porque Canelo antes de tener familia nunca esperó comida, ni agua, ni techo, sólo una caricia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario